Su nombre se originó en la noche de los tiempos, allá cuando tribus de nuestros ancestros ya fueran Cántabros, Astures, Celtíberos, que más da, luchando frente a frente se disputaron el dominio. En nuestros días se denomina CRÉMENES.

  Mi pueblo es un pequeño caserío que se extiende entre dos ríos, uno de humilde cauce, a veces se alborota en el invierno, bajando de Corniero; el otro manso y altanero de nombre Esla. Alguien muy querido le llegó a llamar a la villa Mesopotamia, por el echo de vivir entre dos ríos. La carretera diseca su estructura.  

  Pues también aquí, como en Castilla, hace presencia esa plaza, sólo que para darse importancia, circunvala a la nueva Iglesia. De la antigua se conserva la espadaña, pétrea y triangular, campanario que repica en la memoria de nuestros padres.

  Podríamos seguir narrando maravillas sencillas, majestuosas, austeras, como son de verdad las maravillas de los pueblos, pero éste, qué voy a deciros... ES MI PUEBLO.

De la huerta me encanta

Cuando el sol marca la tarde

Echado en el césped contemplar

Esos árboles frondosos, verdes

Cuyas raíces parecen meditar.

 

¿A dónde irá el camino

Qué oculta el horizonte?

Desde la huerta parece

Allá muy lejos, cansino

Perderse tras el monte.

 

Junto a la pétrea pared

Triste, sola, clavada,

De fuerte madera permanece

La nogal siempre callada.

 

Unas flores han brotado

En el borde del oscuro

Profundo y olvidado pozo

Que el abuelo construyó

Con sudor cuando era mozo.

 

Un cerezo extiende su cabeza

Erguido hacia lo alto

Más allá un manzano envejecido

Le contempla con tristeza.

   

Añoro estar en la huerta

Contemplando junto al pozo

La nogal, ese manzano, y el cerezo

Sin olvidar al abuelo ya de mozo.

En esa huerta pasamos muchas horas, alegres, entrañables, divertidas; cantando por las noches acompañados de la guitarra que el P. Julio tañía y vive Dios que bien tañía. En medio del círculo mágico el Gran Maestre oficiaba invocando a nigromantes, a los espíritus traviesos de las meigas; qué bien quemaba el orujo, qué maravilla de estilo, qué fino acento galaico, este D. Avelino... cuánto aprendió allá en Santiago...

Al rozar la media noche y en sonando la campana comenzaron esos trinos armoniosos de las gargantas a emerger, qué maravilla de voces, qué coral angelical; pero la noche era fría (a veces suele) y el relente del otoño apremió al Gran Maestre a repartir el producto que tanta sazón tenía.

  Allì comenzó el alborozo, qué cánticos, qué algarabía, ya todo el mundo reía, claro que mientras el orujo bajaba, el regocijo crecía. Perdimos la noción del tiempo, no podría decir cuánto duró el aquelarre, pero entre el nirvana etílico se oía delator el despertar del gallo.

  Siempre estaremos en deuda con la familia VALBUENA que nos ha permitido mil y una correrías en sus bellos dominios, en LA HUERTA.